La liofilización, también conocida como deshidratación por congelación, es un proceso de conservación que implica la eliminación del agua de un producto previamente congelado que se lleva a cabo en tres etapas principales:
Congelación: el producto se congela a temperaturas extremadamente bajas. En esta fase, el agua contenida en el producto se solidifica, formando cristales de hielo.
Sublimación: una vez congelado, se reduce la presión , y se aplica calor suficiente para que el agua pase directamente del estado sólido (hielo) al estado gaseoso (vapor), sin pasar por el estado líquido. Este es el paso clave de la liofilización y permite la extracción del agua sin dañar la estructura del material.
Desorción: en esta última etapa, se elimina cualquier traza de humedad residual que pueda haber quedado en el producto. Esto asegura que esté completamente seco y estable para su almacenamiento a largo plazo. Ventajas de la liofilización:
Preservación de nutrientes: dado que el proceso se lleva a cabo a bajas temperaturas, los compuestos sensibles al calor, como vitaminas y enzimas, se conservan mejor que con otros métodos de deshidratación.
Larga vida útil: los productos liofilizados pueden durar meses o incluso años sin deteriorarse, siempre que se almacenen correctamente.
Rehidratación rápida: los alimentos y otros productos liofilizados pueden reconstituirse fácilmente con agua, recuperando su textura y sabor original.
Peso ligero: al eliminarse el agua, el peso del producto disminuye significativamente, lo que facilita su transporte y almacenamiento.
En la industria alimentaria, la liofilización es popular para conservar frutas, verduras, carnes y productos lácteos, además de alimentos para astronautas y expedicionarios. En el ámbito farmacéutico, se utiliza para conservar medicamentos, vacunas y otros productos biológicos que son sensibles a la humedad.